Suena el telefonillo y una voz rara, desconocida:
_Baja, neña, que tengo algo pa tu madre.
Con el uniforme de la cuarentena:
vestido de verano negro con desteñidos de agua oxigenada y jersey rosa bebé super oversize, ósea, tal cual, bajo ligera como un mamut.
Sujetando la puerta del portal, medio cuerpo dentro medio fuera, está un ser embozado con zapatillas, bata de florecillas y una bufanda, sólo se le ve un poco de pelo morado y unos ojos con un fulgor atrayente.
_No te acerques, guaja, en esa bolsa hay unos güevinos del puerto de Tarna pa que hagas un postre y paséis esta mierda mejor. Tira la bolsa. Yo toy limpia del bicho chino, pero oye, nunca se sabe. Marcho corriendo no me pare un guardia que no tengo perru.
Hala, a las ocho cuando saldamos a aplaudir ya te veo.
Ten cuidao con el tinte que tienes ese vestido perdido, cuando acabe ESTO traémelo que te lo compongo yo. Tas muy guapa.
Y como un Speedy González rápida y morada salió corriendo, ella sí que ligera, hacía su morada en el cielo terrenal de las grandes personas, mejores vecinas y gente con salero.
Un aplauso todas las noches para mis vecinos que alegran la vida a Dios: cantan, bailan, silban, cacerolean y en la distancia te miran y te acompañan.