Viejas, interacciones y mi madre


Cuando era pequeña (sí, lo fui alguna vez, aunque cueste creerlo no me saco mi madre por su real peseta midiendo uno ochenta, flipa Mari) e iba con la mama determinadas «personas» (generalmente paisanas más viejas que el sol) hacían 99 veces de cada 100 el mismo comentario:

Vieya – ¿Es tu hija?
Reina madre – Sí.
Vieya – Qué pena (cara torcida, ojos entrecerrados, garra en la ajada mejilla) NO SACÓ TUS OJOS.

Aquí las salidas de mi madre dependiendo de su disposición eran varias, aunque su mirada siempre rápida y mortal ya lo decía todo:

Reina madre:

1. Ya.(Tenía buen día)
2. Ya, todo no se puede tener. ( Hocico un poco torcido)
3. Qué carajo le pasa a los ojos de la mi fía, fandango. (Rozando el peligro)
4. Tendrás valor hablar de ojos tú, serán mejores los tuyos: uno mirando pa’la Renfe y el otro pa’l Parque San Francisco, vamos Rosa Mari que hoy me está pidiendo turismo el cuerpo y voy a desmoñar a alguien…


Podría seguir durante días porque mi madre tenía más repertorio que Lola Herrera. Pero, ay Mari, como era más fácil creer lo malo que dice una extraña que lo bueno que te dice la que te dio la vida («cinnnnnco días pariéndote, chatina»), estaba convencida de que tenía algo tremebundo en los ojos y que cualquier día me ingresarían en el hospital y me harían un montón de pruebas dolorosísimas y acabaría como el protagonista de «El hombre con rayos X en los ojos» viendo lo que deglutía el personal, los gusanos de las plantas y el interior de la Tierra.
Para solucionar aquel drama del primer mundo con la inocencia y gilipollez de la infancia, cerraba esos malditos e insulsos ojos, muy apretados, y le pedía a la Santina de Covadonga que cuando los abriese fuesen azules o verdes, o violeta, algo sencillísimo, y ya de paso que los niños de Etiopía no pasasen hambre por mi culpa cuando no me comía las fabas pintas al medio día, eso era secundario, por supuesto. Por desgracia, la Virgen nunca me cumplió ni estos ni ningún otro deseo: matrimonio con Don Johnson o Pierce Brosnan, ser Carlos Herrera sin bigote o cantar como Juanita Reina, siempre fui muy rara en mis ansias

Por qué cuento esto, pues porque me da la gana básicamente y porque está noche soñé que robaba una cartera sin dinero y mi madre me llamaba tonta del bote (pero ella podía decirme lo que quisiera para eso estuvo «CINCOOOO días al borde de la muerte pa’echame») y me soltaba otra de sus famosas declaraciones:

Reina madre – Qué pena, dos hijos que tengo y todo lo que tienen de grandes y guapos lo tienen de tontos.

Evidentemente no la creía, a ella no, pero a la paisana que se metía con mis ojos a pies juntillas. Moraleja: Señora, no me dirija la puta palabra, por favor, gracias.

2 comentarios sobre “Viejas, interacciones y mi madre

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